viernes, 18 de septiembre de 2009

S.O.S: Administraciones en problemas

Estas últimas semanas hemos visto como varias administraciones publicas ponían en evidencia sus problemas de financiación: un ayuntamiento y un consorcio que se veían obligados a presentar EROs; un municipio al cual la compañía eléctrica cortaba el suministro por impago (dejando sin servicio escuelas, instalaciones deportivas, etc); necesidad de aprobar planes de saneamiento aquí y allí; autonomías y Estado anunciando déficits y niveles de endeudamiento récords... Sin duda que no serán las últimas noticias de este tipo que recibiremos.

El problema detrás de estos casos no es otro que el haber gastado lo que se tenía y lo que no. Es cierto que ello ha sido motivado por una encomiable voluntad de servir mejor a los ciudadanos, y que en parte tiene como causa la pésima financiación que pesa sobre las administraciones locales y autonómicas. Pero el hecho continúa siendo el mismo. A la mayoría de dirigentes públicos (tanto los políticos como los profesionales) les ha preocupado más qué/cuánto pueden hacer que no cómo hacerlo y, en todo caso, con respecto al "cómo", la economía y la eficiencia son valores que no están muy arriba en el ranking de sus preocupaciones. Así, la bonanza económica de los últimos años ha hecho que el sector público fuera aumentando de tamaño (en servicios, personal, pautas de gasto), a veces imprudentemente, y que acumulara más y más "quilos". Ahora no hay manera de mantener todo eso con los presupuestos en claro retroceso.

No es un problema nuevo, sin embargo. Cien años atrás, el Alcalde de Barcelona Rius y Taulet ya decidió sacar adelante la Exposición Universal de 1883 en base a un principio que ha hecho fortuna en el mundo público: "Hágase lo que se deba, y débase lo que se haga". Es natural: aquello 'que se debe hacer' llama ruidosamente a la puerta (y más en época de crisis), a la par que la tentación de endosar la factura a los que vengan después y a las futuras generaciones es muy grande. En este sentido, las actuales reglas de juego del sistema político-institucional no proporcionan ningún incentivo para hacer una gestión presupuestariamente sostenible. Al contrario.

Pero también hay un tema cultural colectivo. Los ciudadanos no son todavía muy exigentes con sus gobernantes en relación a cómo gastan; los votantes, cuando no votan a piñón fijo en clave ideológica, sólo consideran si se han hecho 'muchas cosas' o no. Por su lado, los medios de comunicación no dedican tampoco mucha atención a los aspectos de la gestión pública: el día a día les interesa poco, excepto los escándalos puntuales -y siempre que convenga a la propia agenda e intereses-. Finalmente, no disponemos como sociedad de centros de estudios ni think tanks independientes que velen por estas cuestiones, e instituciones como las sindicaturas de cuentas todavía se limitan fundamentalmente a verificar la legalidad de las actuaciones de gasto publicas, sin entrar en el análisis de la calidad de la gestión.

Muy diferente es la situación en otros países donde existe una cultura del gobierno alternativa. Por ejemplo, en los Estados Unidos, donde todo el mundo tiene claro que no se puede gastar sistemáticamente más de lo que se ingresa. En consecuencia, de vez en cuando encontramos (lo estamos viendo también estos días) que un ayuntamiento norteamericano cierra la biblioteca y deja de recoger las basuras unos días para ahorrar, o que un Estado de la Unión envía a casa una semana a su personal -sin cobrar- porque no le llega el presupuesto. ¿Peor el remedio que la enfermedad? A veces sí.

En fin, ante este panorama, la actual crisis puede convertirse en una oportunidad. Oportunidad de -haciendo de la necesidad, virtud- priorizar, repensar el funcionamiento de las administraciones publicas y las modalidades de gestión, y comprometerse verdaderamente con los valores de la economía, el ahorro y la eficiencia. La buena noticia es que los márgenes de mejora son tan grandes, que no tiene que ser difícil conseguir resultados importantes en poco tiempo y con un esfuerzo razonable. Pero de poco servirá todo ello si, cuando recuperemos la normalidad económica, vuelven el relajamiento y las visiones a corto plazo.